Mayas y Anabautistas, espiritualidades que se encuentran.

Guatemala es un bello país con un pueblo pluricultural, multilingüe, multiétnico, multireligioso. Fue acá donde
Dios me permitió nacer.

Lo que el Señor tenía preparado para mi vida

Hace cuarenta años, como familia, fuimos invitados por una amiga para asistir a la iglesia Menonita Casa
Horeb. Al poco tiempo en el bello lago de Amatitlán, fui re-bautizada, acepté seguir a Jesús. En ese momento,
no pude visualizar lo que el Señor en su infinita misericordia tenía preparado para mi vida.
Eran los años del Conflicto Armado Interno, desaparecían muchas personas de las que no se volvía a saber nada
de ellas. En ese ambiente y con muchos temores debido a la violencia obtuve mi grado de Psicóloga.
Un día un hermano, me invitó a ser parte del Seminario Anabautista Latinoamericano (SEMILLA). Esto me
permitió un paso importante en mi proceso de conversión-transformación hacia una espiritualidad más
profunda. Aprendí a apreciar y seguir los valores del Anabautismo. Estuve en Semilla durante varios años,
donde me gradué en Teología Pastoral. Actualmente aún soy docente del Seminario.

El trabajo de acompañamiento
Posteriormente, asumí la dirección de una institución Maya (Utz Kaslemal –Buena Vida), en idioma Quiché. Su
función era dar acompañamiento psicosocial-espiritual a personas indígenas víctimas de la guerra, además,
exhumar cuerpos en cementerios clandestinos.
Eran tantas las personas que morían y tanto el miedo de sus familiares que los enterraban donde podían. Nuestro
llamado era brindar atención a las personas que habían perdido sus seres queridos. Cuando se encontraba un
cementerio clandestino nos llamaban y de acuerdo con la parte legal y antropólogos forenses realizábamos el
trabajo de acompañamiento.
El proceso tenía varias fases: antes, durante y después de una exhumación.
Las personas soltaban el llanto tan solo de recordar esos rostros de sus seres amados, sin tiempo para
despedirlos, sin cerrar su duelo.
Nuestro papel era consolarlos y fortalecerlos en esos momentos difíciles, nos hacíamos uno con ellos.

Dios ahí mismo
Acá el Salmo 85, tantas veces leído en mi iglesia y durante mis estudios de teología se hacía carne, se hacía
vivo en mi mente y en mi vida.

La misericordia y la verdad se encontraron;
La justicia y la paz se besaron.
La verdad brotará de la tierra,
y la justicia mirará desde los cielos.
Jehová dará también el bien,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia irá delante de él,
Y sus pasos nos pondrá por camino. (BRV)

Mis ojos atónicos veían cómo la verdad de sufrimiento surgía desde la tierra. ¿Cómo no ver con misericordia la
angustia de mis hermanos indígenas? En esos momentos yo clamaba al Padre pidiendo compasión.
Dios estaba ahí presente, por medio nuestro, consolando, abrazando, llorando y enjugando las lágrimas de esas
mujeres y hombres que lloraban por el hijo que nunca más volverían a ver. ¿Cómo hablar en estos momentos de
Justicia y Paz, tranquilidad, sosiego entre seres humanos? Solo esperar la Justicia Divina que es opuesta a la
justicia de los hombres y mujeres y solo proviene de Dios mismo. ¿Cómo decirles que la fuente de Paz,
esperanza, certeza se encuentra en Jesús?

Yo sentía la guía de Dios haciéndome sensible a sus sentimientos, a sus emociones, a su dolor. En forma
silenciosa oraba pidiendo al Señor consuelo, paz y tranquilidad para ellos y ellas. Cuando veía y escuchaba los
rituales fúnebres propios de la espiritualidad maya sentía la misma presencia de Dios, ahí mismo, viéndonos y
proporcionando consuelo, fe y esperanza para todos.
¡He sido transformada, ahora soy una seguidora más fiel a Cristo! Esa espiritualidad maya, fuerte, valiente,
indómita, al igual que las enseñanzas anabautistas, me ha enseñado que el seguimiento a Cristo no es fácil, es un
camino arduo, pero es el camino que nos lleva al Padre. Es aquí cuando nuestras espiritualidades se encuentran.

El Señorío de Cristo
Ahora comprendo que el Señorío de Cristo es por medio de una comunión íntima y estrecha no solo con el
Padre sino con las demás personas, sobre todo las que sufren y las desposeídas. Esta comunión sólo se da por
medio de la fe y el actuar del Espíritu Santo, que en su infinita misericordia nos permite hacer presente a Cristo
dondequiera que estemos.
La presencia de Jesús en nuestra vida vence toda barrera que tengamos por delante, sea geográfica, social,
racial, religiosa, o política, qu Él vino para derribar cualquier barrera que nos separe de Dios y de los demás. Él
vino para buscarnos y salvarnos cuando nos sintamos perdidos y restablecer las relaciones interpersonales
incorrectas para volverlas en plena armonía con su Creador.

—Olga Piedrasanta Iglesia Menonita Casa Horeb, Ciudad de Guatemala, Guatemala.